Porque no hay nada como las fiestas de las urbanizaciones. Una celebración que nunca entenderé, aceptaré, organizaré, gestionaré y sin embargo probablemente SI intente sabotear con el paso del tiempo. Todo esto se lo debo a un pequeño trauma vivido por estas fechas hace muchos años. Corría un verano como otro cualquiera hasta que en dichas fiestas, interpretamos caóticamente a gloria gaynor…y todo cambió tras ese momento.
Bueno y dejando a un lado mi pequeña terapia, éstos dichosos festejos se producen un único fin de semana al año (gracias a dios). Un par de días donde los vecinos hacen despliegue por toda la urbanización invadiendo la piscina, el paddle (el cual lleva torturándome desde hace 3 años debajo de mi casa), el parquecito de los críos y hasta los malditos maceteros de las plantas. Mesa arriba, mesa abajo, los niños corriendo, las madres y el bocadillo, venga colchoneta inchable, venga tuppers con tales cantidades de comida capaces de alimentar a la mitad de la cola del INEM y venga mis dolores de cabeza a ritmo de reggaeton.
5 minutos más de tortura y a abrazar la almohada.